MI DULCE ODISEA


 

Aquel olor a miel y canela me atrajo como un imán captura a un clavo. Una fuerza sobrenatural me depositó en mitad de la pastelería Glamour. Una multitud de tentaciones de colores variopintos y formas seductoras me rodeaban. Era todo un espectáculo desde la tarta Selva Negra hasta las tartaletas de fresas y kiwis.

 

Sentí que las palmeras de chocolate bailaban un tango, los croissants cantaban a capela La Marsellesa y las caracolas de la segunda estantería me guiñaban un ojo con sus pupilas acarameladas.

 

Empezaba a apabullarme. Parpadeé para comprobar que no estaba alucinando y entonces observé que las napolitanas de crema me lanzaban besos con sus sugerentes labios azucarados.

 

A punto estuve de desmayarme cuando escuché a las ensaimadas increparme:

 

—Bueno, ¿qué?, ¿Te decides o no?

 

Cada uno de aquellos manjares divinos a la par que pecados mundanos quería ser el elegido, pero yo era una duda errante. Era evidente que necesitaba ayuda y la busqué.

 

Angustiada, clavé mi mirada en los pómulos huesudos de la panadera y le pregunté cuál de aquellos pasteles era el más delicioso. Ella con el flequillo manchado de mermelada me respondió algo azarada: 

 

—Lo siento señora, soy celíaca. Jamás he probado ni un solo bocado de ninguno de ellos.

 

Súbitamente, el local dejó de tener la luminosidad inicial para quedar asediado por una nebulosa grisácea. Mi mundo había pasado de ser brillante para trocarse mate. Retrocedí de espaldas sin dejar de mirar hechizada a las milhojas de merengue que juraría que me decían:         

 

—No te vayas aún, y menos con las manos vacías.

 

Por fin, pisé la calle. Allí, en medio de la acera percibí cómo el viento secaba el sudor de mi frente y enfriaba mis mejillas. «Menuda penitencia la mía».

 

Respiré profundamente. ¡Ya estaba a salvo! Inexplicable descuido el mío. Había olvidado que era diabética.     

 

De repente, el estridente sonido del despertador me devolvió a la realidad. Eufórica me arreglé. Esa mañana desayuné tortitas con nata en el chiringuito de El Paseo, rodeada de flores y palmeras. Acompañada por el trino de los pájaros. Sintiendo los rayos del sol sobre mi piel le di gracias a Dios por estar sana, por estar viva.

 

En ocasiones algunos de nuestros sueños ya son realidad, pero no somos conscientes. ¿Cuántos mensajes tenemos que recibir del universo para valorar los pequeños y verdaderos placeres de la vida?

 

Pilar Guijarro Pérez

Atras